Proverbio chino

Ustedes conocen el proverbio chino aquel que dice: "Siéntate a la puerta de tu casa para ver pasar el cadáver de tu enemigo."

Pues bien, últimamente gran cantidad de personas se han dirigido a mí, telefónicamente o por medio de espesas correspondencias, intrigadas porque nunca me han visto sentado a la puerta de mi casa, esperando a ver pasar los cadáveres de mis enemigos. Y me preguntan a qué se debe mi extraño proceder.

Al respecto, contestaré que más de veinte veces he estado a punto de hacerlo, pero una serie de razones y circunstancias me han impedido llevarlo a la práctica. A continuación citaré las más importantes:

En primer lugar, porque vivo en un departamento interior en un edificio de doce pisos, y por mucho que me lo proponga, me es imposible bajar a tiempo para ver pasar los cadáveres que pasan por la puerta, sean de enemigos o de ciudadanos que me son perfectamente indiferentes. Mi departamento está en el último piso y el elevador casi nunca funciona.

En segundo, porque en la calle donde se encuentra el citado edificio se forman unas corrientes de aire que, en cuanto uno se descuida, agarra una pulmonía doble que no se quita con toda la penicilina de la República. Y precisamente se trata de ver pasar cadáveres sentado a la puerta, y no de que me vean pasar a mí convertido en uno de ellos.

Terceramente, porque el dichoso departamento me cuesta dos mil pesos al mes--a parte de la luz, el gas, el servicio de limpieza y demás perendengues--por lo que considero que sería una soberana idiotez pasarme la vida sentado en la puerta.  Prefiero estar adentro, cómodamente arrellanado en un sofá, bebiendo un whisky o un coñac, mientras lea una novela o los anuncios clasificados de la prensa, que son mucho más divertidos que los cortejos fúnebres.

En cuarto lugar, porque en el departamento de al lado vive la señorita Tatiana, una pintora siberiana, rubia y cubista, con la que sería absolutamente tonto sentarse en cualquier puerta esperando a que pasen féretros.  Cuando la señorita Tatiana bebe vodka, se encuera y baila danzas eslavas frente a la chimenea--lo cual ocurre prácticamente todas las noches--, se olvida uno de puertas, enemigos y cadáveres.

Otrosi, porque si decidiera instalarme todo el tiempo allí en la puerta que da a la calle, a ver de dónde iba a sacar dinero para pagar el alquiler, el vodka de la señorita Tatiana y las letras del coche, el refrigerador, la tele, la enciclopedia, etcétera, etcétera.

Además, porque sospecho que mis enemigos de Mexicali, Detroit, Magdeburgo, Volgogrado, Tientsin, Melbourne y Tierra del Fuego no iban a disponer en sus testamentos que los congelaran a la hora de su deceso, para traerlos a México y hacerlos desfilar por Insurgentes Sur, nada más para darme gusto.

Porque de tanto verme sentado a la puerta de mi casa, esperando que pasen cadáveres, no faltaría quien me acusara de necrofilia.

Más aún, porque a lo mejor pasa el cadáver de un señor Pérez, a quien nunca conocí en vida, y automáticamente la gente lo va a catalogar como mi enemigo, lo cual sería una notoria injusticia.

Por último, porque los domingos prefiero ir al fútbol o a los toros, en vez de estar atisbando el desfile de ataúdes.

Por todas estas razones, y por muchas otras que se me ocurrirían si me pusiera a lucubrar sobre el tema, me abstengo de cumplir con el proverbio chino que sugiere sentarse a la puerta. de la casa para ver pasar el cadáver del enemlgo.

Ademas, yo no soy chino.

 

(de Marco A. Almazán, Cien años de humedad, México : Editorial Jus, 1974)